Las mentes rígidas son inmóviles, monolíticas, duras como las piedras e
impenetrables, porque con el paso de los años la experiencia y el
conocimiento se han solidificado de manera sustancial e irrevocable. Su
estrategia de supervivencia es la auoindulgencia: no se permiten dudar
de sí mismas y aborrecen la crítica y la autocrítica.
Por su
parte, las mentes flexibles se parecen más a la arcilla. Poseen un
material básico a partir del cual obtienen distintas formas: no son
insustanciales (como podría serlo una mente líquida: sin principios ni
convicciones) pero tampoco están definida de una vez por todas como las
mentes pétreas. La mentes flexibles pueden avanzar u retroceder,
modificarse, reinventarse, crecer, actualizarse, revisarse, dudar y
escudriñar en ellas mismas sin sufrir trauma alguno. Asimilan las
contradicciones e intentan resolverlas; no se aferran al pasado ni lo
niegan, más bien lo asumen de una manera constructiva sin perder la
capacidad crítica. Las mentes abiertas muestra una fortaleza similar a
la que el taoísmo le atribuye al bambú, de quien se dice que es
elegante, erguido y fuerte, hueco por dentro, receptivo y humilde, se
inclina con el viento pero no se quiebra. Para los seguidores de Lao Tse
la suavidad y la flexibilidad están íntimamente relacionadas con la
vida, mientras la dureza y la rigidez están asociadas a la muerte.
La
estructura interna de las mentes estrechas, de acuerdo a las
investigaciones, es una maraña de esquemas negativos entrelazados que
son un peligro para la salud mental, tanto para quien la padece como
para la sociedad toda. Sus contenidos más determinantes son: dogmatismo
(creerse el dueño de la verdad), simplicidad cognitiva (incapacidad de
integrar información divergente y variada), solemnidad/ amargura (fobia
al buen humor y la risa, porque los consideran “frívolas”), normatividad
(resignación y conformismo, apego a las reglas y un rechazo furibundo
al pensamiento rebelde e inconformista), prejuicio (odiar, segregar y/o
agredir a determinadas personas por sus rasgos o creencias) y
autoritarismo (abuso del poder y una actitud antidemocrática).
¿Cómo
sobrevivir a estos personajes? ¿Cómo hacer que nuestros niños no se
eduquen con una mentalidad fundamentalista (mis ideas no son
discutibles) y oscurantista (miedo a la cultura/información)? El mejor
camino es promocionar y fomentar los componentes psicológicos opuestos a
la rigidez: análisis crítico (disposición a revisar las propias
creencias y confrontarlas con la realidad y/o la lógica), complejidad
cognitiva (ser capaz de utilizar toda la información relevante para
comprender los hechos), humor/lúdica (aprender a no tomarse muy en serio
a sí mismo), inconformismo (ejercer el derecho a la desobediencia
razonada y razonable), imparcialidad (no discriminar a las personas) y
pluralismo (aceptar las diferencias civilizadas y convivir con ellas sin
reprimirlas ni ofenderse).
El paso de la rigidez a la
flexibilidad es un síntoma de madurez y crecimiento personal. Es pasar
de una mente primitiva, a una evolucionada, de un sistema de acción
limitado a un funcionamiento óptimo, de una mentalidad estancada a una
fluida. Pura evolución.
Hubo un momento (posiblemente a partir de
una fuerte expansión cerebral que ocurrió hace 500.000 años) en que la
mente comenzó su apertura. La inteligencia social se unió al de
inteligencia natural hace aproximadamente 100.000 años, y luego se sumó
a ellas la inteligencia técnica (posiblemente hace 60.000 años). A
partir de allí y gracias al lenguaje, la historia de la humanidad puede
verse como un fenómeno expansivo y progresivo de sus capacidades
intelectuales. Desde esta perspectiva evolucionista, la rigidez puede
ser considerada como un freno de emergencia, un proceso de
estancamiento, conceptualmente regresivo y retardatario.
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